Esta era Josephine Roosen, la intrépida holandesa, todo un carácter.
Ella me escribió en 2001 para venir en verano como voluntaria a nuestra casa, intercambiar unas horas de trabajo por alojamiento y manutención. Además quería practicar el idioma porque daba clases de español a holandeses. Imaginaba una cría estudiante o algo así. Cuando llegó me sorprendió una mujer pequeña, menuda y arrugada, de 65 anos, capaz de arrastrar su maleta a través de media Europa, para venir hasta Pousadoira.
Dende entonces, cada verano, durante por lo menos 9 años, Josephine volvía a hacer el largo viaje en tren, (odiaba volar), y venía a pasar 3 o 4 semanas con nosotros. Se levantaba temprano, un primer café y un poco de tai-chi en el jardín, un segundo café con tostadas, y a planchar, o “arreglar el jardín”, que era lo que más le gustaba. Después aún le quedaba energía para coger su mochila y caminar hasta la piscina, no quería que la llevase en coche, o para pasar una tarde con los niños, o para sacar el perro de paseo, y volver cargada de flores silvestres con las que ponía un gran ramo al llegar a casa… decía que venir a trabajar a Pousadoira le daba paz. Le gustaba dormir la siesta en la hamaca en el jardín, y leer al caer la tarde, mientras bebía una cerveza. Algunha tarde escribía cartas y postales a tantos amigos que tenía por el mundo. También aquí nos trajo a sus amigas, Will, Sophi, Lesli
Ya era una clásica en Callobre, paseando, yendo a la piscina al Tres y parando en el bar a tomar a su copa de brandy. Sus ojos perspicaces, su tenacidad, la enorme curiosidad por saber todo, su sabia experiencia, su fortaleza, el buen humor, las conversaciones después de cenar…
Queridísima Josephine, que el universo reciba tus átomos y tu inmensa energía, y que un viento del norte traiga unos poquitos hasta Pousadoira para que se posen en mi jardín, que tanto amabas cuidar.
Begoña